miércoles, 25 de mayo de 2011

Otra vez con Jane Austen (Austen II)
Regreso a la pregunta: ¿Qué encuentro en las novelas de Austen?

Una primera idea y una respuesta. Y una cita, de Mansfield Park. La protagonista, Fanny, regresa a su casa, de la que salió con diez años para vivir en casa de sus tíos, mucho más ricos que su familia. Vuelve con ilusión. Pero se encuentra con una madre desastrosa, un padre que bebe y apenas le dedica unas palabras después de ocho años, unos hermanos ruidosos y maleducados, una casa pequeña y siempre desorganizada… Lo que deja atrás, sin embargo, no es idílico ni maravilloso. Una tía que abdica de cualquier responsabilidad, un tío distante y autoritario, dos primas egoístas, un primo -el hermano mayor- despreocupado y que dilapida, poco a poco, la fortuna familiar, el hermano menor -de quien está enamorada- casi comprometido con una joven poco recomendable. Pero, aun así…


No podía pensar en otra cosa que en Mansfield, en sus queridos habitantes, en sus felices costumbres. Todo cuanto la rodeaba en su actual residencia estaba en contraste con aquello. La elegancia, la corrección, el orden, la armonía y quizás, sobre todo, la paz y tranquilidad de Mansfield, volvían ahora a su recuerdo a todas horas del día, ante la preponderancia de todo lo contrario en el hogar de Portsmouth.

El mundo de las novelas de Jane Austen nos ofrece algo más que un refugio -como Mansfield Park- a lo que nos rodea: un espacio para el ser. Mansfield no es el espacio de la paz y la tranquilidad. La novela, hasta ese momento, nos ha demostrado que bajo una aparente corrección y formalidad los personajes obedecen a impulsos pasionales y alejados de la razón. Pero -con Fanny en su antiguo hogar- sentimos nostalgia de la gran casa familiar.

En Mansfield jamás se oían ruidos de contienda, ni voces levantadas, ni estallidos abruptos ni violentas amenazas; todo seguía un curso regular dentro de un orden placentero; a cada cual se le reconocía la importancia debida, se tenían en consideración los sentimientos de cada uno.

Mansfield no es, tan sólo, silencio y tranquilidad. Ofrece unas reglas, unas formas que -respetadas- permiten que cada habitante desarrolle su propio ser, pueda comprenderse a sí mismo y a los demás. Escuchar y ser escuchado. Comprender y ser comprendido. No es un espacio utópico (o terrorífico) en el que los sentimientos queden ocultos y las pasiones dominadas por la buena educación. No. Las reglas son el marco en el que se puede llegar, auténticamente, a ser. Los habitantes de Mansfield, sin embargo, no han respetado esas reglas, porque no han comprendido su auténtico significado, su por qué, su trascendencia. Y ese olvido -o rechazo- les ha llevado al fracaso vital.

Vale, vuelvo a la realidad y hago un resumen: me gusta Austen porque propone mundos / universos / casas / jardines / ciudades en los que impera el orden. Y ese orden ofrece el espacio para que los personajes lleguen a ser lo que son. Se comprendan. A sí mismos y a quienes habitan el cuarto contiguo.

Y en estos días de ruido, de personas que corren, de gritos, siento -como Fanny- nostalgia de un inexistente Mansfield Park: Un Mansfield Park de la mente.



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