viernes, 22 de julio de 2011

Poesía: Marianne Moore






Hay libros que compro por el título: Y Pangolines, unicornios y otros poemas (Acantilado, 2005, traducción de Olivia de Miguel) no se podía quedar en la librería. No sabía quién era Marianne Moore ni, por supuesto, sabía lo que es un pangolín. Hoy ya sé quien es Marianne Moore, sé lo que es un pangolín... pero poco más. Porque la lectura de los poemas de Marianne Moore nos ofrece pocas respuestas sobre su significado.

Años después compré Poesía completa (Lumen, 2010, traducción de Olivia de Miguel). Pero sigo igual.





Puedo decir que hay muchos poemas cuyos protagonistas son animales: el pangolín, el pelícano fragata, el búfalo, el elefante. Y más animales: camaleón, medusa, buey ártico. Sí, parece un documental... También aparecen lugares. Y Pintores. Y Bailarines. Y cosas, muchas cosas. Están ahí, convertidas en poemas. En versos. En estrofas. Las frases son comprensibles. Y la sintaxis. Pero el significado se escapa.

Siempre que voy a hacer un viaje me llevo uno de los libros de Moore: sé que nunca lo terminaré. Que después de cada estrofa puedo mirar la playa, escuchar el sonido del viento o seguir tomando una horchata. Y ahí están sus imágenes, dando vueltas... Regreso a casa, y los poemas siguen ahí, interminables.

Me persiguen sus imágenes, la disposición de las estrofas, la convicción de que su escritura revela conexiones y secretos. Observa y cuenta. Quiero creer que hay algo más, algo que no comprendo. A veces tengo miedo: quizás sea una ilusión. Y que tanto su poesía como el mundo que describe no signifiquen nada.
Simplemente están ahí. Estamos ahí.

Y aquí su poema más conocido:

Poesía

A mí también me disgusta.
Al leerla, sin embargo, con absoluto desdén, uno descubre en
ella, después de todo, un lugar para lo genuino.


Y en inglés, para los sabios

Poetry

I, too, dislike it.
Reading it, however, with a perfect contempt for it, one discovers in
it, after all, a place for the genuine.

Es la versión definitiva del poema: la primera versión, mucho más larga, aclara más las cosas. Otro día.


martes, 12 de julio de 2011

Seguimos con los jardines: preguntas y respuestas

Más jardines [El libro: Michel Baridon, Los jardines. Paisajistas, jardineros, poetas [siglos XVIII - XX], Abada Editores, Madrid, 2008]

Otra idea: ese jardín pintoresco-paisajista rompe con las formas geométricas. Las formas geométricas “no tienen historia”, son siempre ellas mismas. Eternas, perfectas e inmutables: “Cultivar la irregularidad era también encontrar la verdad de los horizontes del lugar tal y como los tiempos los habían modelado, con las líneas y los colores que les eran propios”.

La creación de un jardín -como el de Versalles- conlleva la ordenación perfecta del tiempo y el espacio. El dominio absoluto de la naturaleza, puesta al servicio del hombre. La geometría nos ofrece un espacio sin misterio, un espacio en el que el hombre -el hombre, no sólo el rey- expresa su poder.

El jardín “de la sensibilidad”, como lo denomina el autor, con sus caminos sinuosos y su crecimiento “natural” (que no lo es: pues ha sido ordenado por el hombre) nos ofrece, en primer lugar, una visión incompleta: el paseo nos abre perspectivas, nos revela fragmentos del total. Una avenida recta nos muestra una perspectiva final. Un camino sinuoso nos ofrece una pregunta / una respuesta en cada recodo. Nuestro paseo es una sucesión de descubrimientos, de sensaciones. Pero no abarcamos la totalidad, que nunca se nos revela. Sólo existe una posibilidad, aparente, de respuesta: un lugar elevado.


Quizás lo encontremos: sin embargo, tampoco es una respuesta. La naturaleza nos oculta, ahora, los caminos: Los desniveles del terreno, los árboles… Estamos arriba, pero tampoco dominamos el jardín o el mundo. No hay un punto privilegiado de observación. No hay una respuesta.


lunes, 11 de julio de 2011

Paréntesis: Los jardines

Con frecuencia (excesiva) busco conexiones entre diferentes artes. No estaría mal preguntarse por qué. A veces creo -al tomar como punto de partida la música- que siento en los sonidos una excesiva indeterminación, una ausencia peligrosa de contenido. Como si el recurso a la pintura o a la poesía pudiera dotar a la música de su “verdadero” contenido. Un significado que explicar -a alguien- pero, en el fondo, un significado para que yo pueda entender algo. Quizás sea verdad: ante un cuadro, una poesía (o un jardín, que es el tema de estos párrafos ) tengo sentido y palabras. Ante la música, muchas veces, sólo tengo sensaciones, emociones difíciles de verbalizar.

Pero esto es un paréntesis del paréntesis. A lo que voy: los jardines. Y como no quiero pensar, sólo algunas ideas. El libro: Michel Baridon, Los jardines. Paisajistas, jardineros, poetas [siglos XVIII - XX], Abada Editores, Madrid, 2008.

La idea del paso del tiempo en relación a la disposición / estética del jardín. Las sombras de Versalles -rectilíneas, perfectas- miden el paso del tiempo diario: Nos indican un día que se repite eterna, inmutablemente. Nada está fuera de su sitio, nada cambia. El tiempo pasa para repetirse una vez más. Por el contrario, en el jardín paisajista-inglés-pintoresco “el tiempo se experimenta, se siente, al observar la lenta alteración de las cosas cuando al duración pasa sobre su faz”. Con otras palabras: en estos jardines sentimos el Tiempo (así, con mayúsculas, a lo grande). Los árboles obtienen su configuración por la edad, las ruinas nos muestran la acción de las guerras, los incendios o el abandono… Es un tiempo que abarca todos los tiempos: el hoy de quien pasea, el ayer -indeterminado- de un árbol que muestra su edad. O el tiempo -geológico y misterioso- de las piedras.

Por supuesto, estos jardines se convirtieron, con facilidad, en caricaturas. Y ahí estaba Flaubert para contárnoslo. Bouvard y Peuchet deciden hacer un jardín. Entre las varias posibilidades que encuentran se deciden por el “género misterioso” y el “género terrible”.

Una tumba es fundamental:

Habían sacrificado los espárragos para construir en su lugar una tumba etrusca, es decir, un cuadrilátero de yeso negro que tenía seis pies de altura y el aspecto de una perrera. En los ángulos, cuatro pinos flanqueaban el monumento, que sería coronado por una urna y enriquecido por una inscripción.
Y una pagoda -o algo parecido- nos ofrece el elemento exótico:

En lo alto del cerro, seis árboles escuadrados sostenían un sombrero de hojalata con las puntas levantadas, queriendo representar todo ello una pagoda china.
Las piedras que nos recuerdan a la naturaleza salvaje:


Habían ido a las orillas del Orne a elegir bloques de granito, los habían roto, numerado y traído ellos mismos en una carreta, y después habían unido los trozos con cemento, acumulándolos unos sobre otros; y en medio del cesped se alzaba un peñasco parecido a una gigantesca patata.