jueves, 30 de junio de 2011

Austen: La danza y la palabra (Austen IV)
Las escenas de danza en las obras de Austen nos ofrecen, muchas veces, largas (aunque fragmentadas) conversaciones. ¿Se baila para hablar? Paradójicamente, los personajes comienzan a hablar cuando comienzan a bailar: la intimidad nace mientras suena una contradanza y las parejas se mueven y son contempladas (y juzgadas) por aquellos que no bailan. Y esa intimidad parece no existir fuera de la danza.

La danza obliga a la palabra: Es una de las reglas del baile social. Muchas veces, por supuesto, esas conversaciones no tienen un contenido intimo y trascendente. Se habla por obligación y, por tanto, hay que “completar” una serie de previsibles preguntas y respuestas, como sucede en el segundo baile de Catherine en La abadía de Northanger. Tras ser presentada a un atractivo joven, Henry Tilney, comienza el baile. Para ella es, realmente su primer baile en Bath, ya que el anterior ha sido un fracaso: no ha podido baila. El joven utiliza el humor y la ironía sobre las convenciones que rigen el baile:



Le ruego que me perdone por no haberle preguntado cuánto tiempo lleva usted en Bath, si es la primera vez que visita el balneario y si ha estado usted en los salones de baile y en el teatro. Confieso mi negligencia y le suplico que me ayude a reparar mi falta satisfaciendo mi curiosidad al respecto. Si le parece le ayudaré formulando las preguntas por orden correlativo.


Esa banalidad no impide la trascendencia de la danza, pues la conversación intrascendente no revela lo que revelan los cuerpos que se mueven: en ese lenguaje del cuerpo se encuentra la importancia de la danza como hecho social y personal: el movimiento y el contacto físico establecen la unidad de la pareja, no la conversación.

¿Por qué se habla? Quizás para ocultar lo que dicen los cuerpos: existe una tensión entre el diálogo y la relación física, entre las palabras repetidas y vacías de contenido y el contacto trascendente y peligroso. El silencio podría de manifiesto al cuerpo, revelaría que todo es una fabulación, un rito: estamos aquí para que unos cuerpos se junten a los otros, estamos aquí para buscar pareja, estamos aquí porque el baile es el contacto físico y público que nos permite la sociedad. Y la conversación camufla, disfraza esa danza. Si desde la antropología estudiáramos la relación entre danza y palabra seguramente descubriríamos que pocas veces se habla en las danzas de pareja: no se oculta la finalidad de la danza. Pero la sociedad europea del siglo XIX oculta con la palabra la trascendencia física y corporal de la danza.






lunes, 20 de junio de 2011

Un paréntesis: portadas


Dejemos descansar un poco a Jane Austen. Y demos la bienvenida a imágenes que nacen de libros y a libros que se convierten en imágenes. Porque aquí traigo dos enlaces para visitar muchas veces: son las portadas de Daniel Gil.

Durante una clase, una reflexión de una alumna sobre un libro me condujo a una paradoja: no recordaba el libro (aunque es verdad que no lo terminé), sólo recordaba una imagen del libro: la portada. Una portada de Daniel Gil.

Así que me puse a buscar. Y aquí están portadas y más portadas. Son muchas. Busco (¿por qué?) las que ya tengo, encuentro libros que he leído pero ya no tengo, encuentro libros leídos no sé dónde... Busco mis favoritas, repeticiones, sugerencias, invitaciones, interpretaciones. Un laberinto de imágenes y lecturas.


http://www.danielgil.org/


http://www.flickr.com/photos/alwayschapas/sets/72157608174037177/

sábado, 18 de junio de 2011

Todavía Austen: ¿Por qué la danza? (Austen III)

Volvemos a Mansfield Park. Y a la danza. Hay muchas escenas de danza en las novelas de Jane Austen. Pero es necesario, en primer lugar, explicar el por qué de esa presencia. Respuesta evidente: hay danza social porque la danza era el lugar y el momento para el desarrollo de las relaciones personales. Y la danza social tenía una finalidad definida: la búsqueda de una pareja. En el baile más famoso y elegante de Londres (el Almack’s) sólo se admitía a los jóvenes solteros durante dos temporadas: se consideraba tiempo suficiente para que el joven encontrara pareja. Después de ese tiempo no se permitía su acceso al baile: había demostrado su vocación hacia la soltería.

En las novelas de Austen, la danza -su tiempo, su espacio- no es, tan sólo, la obligada descripción de una práctica social. La danza es algo más: Un microcosmos, un ejemplo -a pequeña escala, descriptible y controlable- de la sociedad y de las relaciones que en ella se establecen. Un microcosmos delimitado, organizado por unas reglas estrictas que todos deben conocer. El estudio de los personajes, de sus relaciones en el baile, de su actitud, sus silencios, sus palabras, sus movimientos, sus miradas… nos ofrece -paradójicamente- el acceso a su mundo interior.

El mundo no es como un baile en el salón del balneario de Bath. Pero un baile sí es el reflejo -un espejo- del mundo y sus relaciones. Y un espacio / tiempo en el que los protagonistas deben relevar lo mejor y lo peor de sí mismos. En el baile no se pueden esconder los afectos, los odios, los miedos. En la danza los personajes se descubren a sí mismos, o descubrimos en ellos (aunque ellos no lo sepan) hacia dónde -o hacia quien- se dirigen. Los bailes tienen unas reglas. Unas reglas que sus participantes deben conocer y respetar. Su vivencia y comportamiento dentro de ese marco -estricto y reducido- nos ofrece su verdadero ser.

Austen reduce la complejidad de las relaciones sociales -inabarcables en su totalidad- a un momento controlado: cualquier movimiento dentro o fuera de las reglas impuestas tiene un significado. Tan sólo hay que saber “leer” el comportamiento de los personajes durante el baile. Esa lectura, en ocasiones, la realizan otros personajes, aquellos que no bailan. También puede dejar que el lector interprete lo que ha sucedido en la danza.

¿Qué elementos se “leen” en la danza? ¿Cómo se relacionan los diferentes “actores”: aquellos que bailan, los que miran, los que quieren bailar y no pueden, los que se niegan a bailar, los que son, tan sólo (¿tan sólo?) espectadores? ¿Por qué un momento “físico” se constituye como el centro de las relaciones sociales y personales en una cultura que rehuye el contacto de los cuerpos?

Pues para otro día.