lunes, 3 de octubre de 2011

Y aquí sigue: Marianne Moore

Se resiste a irse, Marianne Moore. Las clases y el otoño ya están aquí, pero sus poemas buscan un momento. Dan vueltas y más vueltas en mi cabeza mientras intento hacer algo de provecho.


Permanecen ahí no por su capacidad de generar ideas o despertar emociones, sino por su propia calidad visual. Es decir: son imágenes que quedan en nosotros, imágenes complejas, exactas, detalladas. Y misteriosas. El esfuerzo de su comprensión tiene como resultado que nos acompañen durante semanas, meses o años. Son palabras que trascienden: pero su trascendencia no es metafísica o sentimental (en un primer momento) sino física. Sus poemas se imponen como imágenes, como objetos que están ahí y que contemplamos desde diferentes perspectivas. Están ahí: y los llevamos con nosotros. No son metáforas atrevidas, asociaciones sorprendente. Son “cosas” convertidas en palabras. Y esa conversión genera otra “cosa”, el poema. Y aquí uno de ellos. Un pueblo -¿un cuadro?-, algunos de sus habitantes, flores, animales...

EL CAMPANERO

Durero habría encontrado una razón para vivir
en una ciudad así, con ocho ballenas varadas
que mirar, con la suave brisa entrando en casa
un día claro desde el aguafuerte de un mar
con olas tan reglares como las escamas
de un pez.

Una a una, dos a dos, tres a tres, las gaviotas sostienen
su vuelo adelante y atrás sobre el reloj de la ciudad,
o planean alrededor del faro sin mover las alas –
alzándose firmes con un ligero
temblor en el cuerpo – o se reúnen
graznando sobre

un mar púrpura cuello de pavo
que empalidece en un azul verdoso como
el azul pavo y gris topo que Durero prefirió
al verde pino del Tirol. Se ve una langosta
de veinticinco libras; y las redes tendidas
a secar. El

torbellino pífano y tambor de la tormenta inclina
la hierba salina, agita estrellas en el cielo y la
estrella del campanario; es un privilegio ver tanta
confusión. Encubiertos por lo
aparentemente adverso, las flores
de la ribera y

los árboles, favorecidos por la niebla, ponen
el trópico a nuestro alcance: el jazmín-trompeta,
la digital, el dragón gigante, la salpiglosis con
lunares y rayas; dondiegos, calabazas
o campanillas emparradas sobre sedal de pescador
en la puerta trasera;

espadañas, gladiolos, arándanos y trasdescantía,
cintas, líquenes, girasoles, ásteres, margaritas
- harapientos marinos de amarillo y pinzas de cangrejo con verdes brácteas-
hongos, petunias, helechos; lirios rosados, azules,
trigidias, amapolas; negros guisantes de olor.
El clima

no es bueno para el baniano, el franchipán o
la nanjea, ni para la vida de una serpiente
exótica. Lagarto y piel de culebra para zapatos, si te va;
pero aquí tienen gatos, no cobras, para
oprimir a las ratas. El tímido
tritoncito

tildado con pinchos blancos en su lomo de rayas negras
vive aquí; no existe nada que la
ambición pueda comprar o llevarse. El estudiante
llamado Ambrose se sienta en la ladera
con sus libros y sombrero extranjeros
y ve los barcos

blancos y rígidos avanzar por el mar como
en un surco. Amante de la distinción que
no nace de la jactancia, conoce de memoria el antiguo
cenador en forma de azucarero con
tablillas entrelazadas y la inexacta
inclinación de la torre

de la iglesia, desde la que un hombre de rojo deja
caer una cuerda como una araña teje su hilo;
parece salido de una novela, pero en la acera
un letrero blanco y negro dice
C. J. Poole, Campanero, y otro rojo
y blanco advierte

Peligro. El pórtico de la iglesia tiene cuatro columnas
acanaladas, cada una de un solo bloque de piedra, al que
el encalado da un aire sencillo. Sería un refugio adecuado
para golfillos, niños, animales, prisioneros
y presidentes que recompensaron a
senadores

corruptos no pensando en ellos. El
lugar tiene una escuela, una oficina de correos
en un almacén, pescaderías, gallineros y una goleta
con tres mástiles en
los muelles. El héroe, el estudiante,
el campanero, cada uno a su modo,
tiene su sitio aquí.

No pudo ser peligroso vivir
en una ciudad así, de gente sencilla,
con su campanero que coloca señales de peligro junto a la iglesia
mientras dora la sólida
estrella puntiaguda que sobre una torre
simboliza la esperanza.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Marianne Moore en playa

Y aquí está otra vez Marianne Moore. A quien he recordado este verano, observando cómo se detenían o corrían los cangrejos por las rocas, cómo nadaba una medusa en un cubo de agua o cómo, poco a poco, se adivinaba el mar lleno de vida en el agua que había dejado la marea entre las rocas.

LOS PECES

cruzan
vadeando el negro jade.
Entre las conchas de mejillón azul cuervo, una se queda
componiendo los montones de ceniza;
abriéndose y cerrándose como

un
abanico herido.
Los percebes incrustados al borde
de las olas no pueden ocultarse
allí porque los sumergidos rayos del

sol,
se resquebrajan como lana
de vidrio, se mueven con ligereza de proyector
entre las grietas-
dentro y fuera, iluminando

el
mar turquesa
de cuerpos. El agua atraviesa una cuña
de hierro por el borde de hierro
del acantilado, sobre el que las estrellas,

rosados
granos de arroz, medusas
salpicadas de tinta, cangrejos como lirios
verdes y hongos
submarinos se deslizan unos sobre otros.

Todos
los rasgos
externos del abuso están presentes en este
desafiante edificio,
todas las características físicas del

ac-
cidente: falta
de cornisa, estrías de dinamita, quemaduras y
golpes de destral, estas cosas se destacan
en él; el abismo está

muerto.
La evidencia
reiterada prueba que puede vivir
a costa de lo que no revive
su juventud. El mar envejece dentro de él.

Quizás ahí está uno de los elementos que me atraen de la poesía de Marianne Moore: la presencia del elemento exterior, no interior. Lo que nos rodea forma la poesía. Algunos objetos o animales que están ahí. Que a veces vemos, a veces no. Es posible que su poesía los convierta en metáfora, en símbolo. Pero es más importante la presencia que esa conversión, porque su presencia es ya un significado.

Moore nos enseña a ver, nos enseña a mirar. Nos dice: ahí está el agua que ha dejado la marea entre unas rocas. Miradla un rato. Descubrimos la luz, sus reflejos, las sombras, las formas de la piedra. Y poco a poco el agua se llena de vida, de movimiento. Y adquiere un significado. ¿Cuál? Muchas veces, no lo sabemos. Nos fascina, y nos obliga a replegarnos en nosotros mismos buscando respuestas.

viernes, 22 de julio de 2011

Poesía: Marianne Moore






Hay libros que compro por el título: Y Pangolines, unicornios y otros poemas (Acantilado, 2005, traducción de Olivia de Miguel) no se podía quedar en la librería. No sabía quién era Marianne Moore ni, por supuesto, sabía lo que es un pangolín. Hoy ya sé quien es Marianne Moore, sé lo que es un pangolín... pero poco más. Porque la lectura de los poemas de Marianne Moore nos ofrece pocas respuestas sobre su significado.

Años después compré Poesía completa (Lumen, 2010, traducción de Olivia de Miguel). Pero sigo igual.





Puedo decir que hay muchos poemas cuyos protagonistas son animales: el pangolín, el pelícano fragata, el búfalo, el elefante. Y más animales: camaleón, medusa, buey ártico. Sí, parece un documental... También aparecen lugares. Y Pintores. Y Bailarines. Y cosas, muchas cosas. Están ahí, convertidas en poemas. En versos. En estrofas. Las frases son comprensibles. Y la sintaxis. Pero el significado se escapa.

Siempre que voy a hacer un viaje me llevo uno de los libros de Moore: sé que nunca lo terminaré. Que después de cada estrofa puedo mirar la playa, escuchar el sonido del viento o seguir tomando una horchata. Y ahí están sus imágenes, dando vueltas... Regreso a casa, y los poemas siguen ahí, interminables.

Me persiguen sus imágenes, la disposición de las estrofas, la convicción de que su escritura revela conexiones y secretos. Observa y cuenta. Quiero creer que hay algo más, algo que no comprendo. A veces tengo miedo: quizás sea una ilusión. Y que tanto su poesía como el mundo que describe no signifiquen nada.
Simplemente están ahí. Estamos ahí.

Y aquí su poema más conocido:

Poesía

A mí también me disgusta.
Al leerla, sin embargo, con absoluto desdén, uno descubre en
ella, después de todo, un lugar para lo genuino.


Y en inglés, para los sabios

Poetry

I, too, dislike it.
Reading it, however, with a perfect contempt for it, one discovers in
it, after all, a place for the genuine.

Es la versión definitiva del poema: la primera versión, mucho más larga, aclara más las cosas. Otro día.


martes, 12 de julio de 2011

Seguimos con los jardines: preguntas y respuestas

Más jardines [El libro: Michel Baridon, Los jardines. Paisajistas, jardineros, poetas [siglos XVIII - XX], Abada Editores, Madrid, 2008]

Otra idea: ese jardín pintoresco-paisajista rompe con las formas geométricas. Las formas geométricas “no tienen historia”, son siempre ellas mismas. Eternas, perfectas e inmutables: “Cultivar la irregularidad era también encontrar la verdad de los horizontes del lugar tal y como los tiempos los habían modelado, con las líneas y los colores que les eran propios”.

La creación de un jardín -como el de Versalles- conlleva la ordenación perfecta del tiempo y el espacio. El dominio absoluto de la naturaleza, puesta al servicio del hombre. La geometría nos ofrece un espacio sin misterio, un espacio en el que el hombre -el hombre, no sólo el rey- expresa su poder.

El jardín “de la sensibilidad”, como lo denomina el autor, con sus caminos sinuosos y su crecimiento “natural” (que no lo es: pues ha sido ordenado por el hombre) nos ofrece, en primer lugar, una visión incompleta: el paseo nos abre perspectivas, nos revela fragmentos del total. Una avenida recta nos muestra una perspectiva final. Un camino sinuoso nos ofrece una pregunta / una respuesta en cada recodo. Nuestro paseo es una sucesión de descubrimientos, de sensaciones. Pero no abarcamos la totalidad, que nunca se nos revela. Sólo existe una posibilidad, aparente, de respuesta: un lugar elevado.


Quizás lo encontremos: sin embargo, tampoco es una respuesta. La naturaleza nos oculta, ahora, los caminos: Los desniveles del terreno, los árboles… Estamos arriba, pero tampoco dominamos el jardín o el mundo. No hay un punto privilegiado de observación. No hay una respuesta.


lunes, 11 de julio de 2011

Paréntesis: Los jardines

Con frecuencia (excesiva) busco conexiones entre diferentes artes. No estaría mal preguntarse por qué. A veces creo -al tomar como punto de partida la música- que siento en los sonidos una excesiva indeterminación, una ausencia peligrosa de contenido. Como si el recurso a la pintura o a la poesía pudiera dotar a la música de su “verdadero” contenido. Un significado que explicar -a alguien- pero, en el fondo, un significado para que yo pueda entender algo. Quizás sea verdad: ante un cuadro, una poesía (o un jardín, que es el tema de estos párrafos ) tengo sentido y palabras. Ante la música, muchas veces, sólo tengo sensaciones, emociones difíciles de verbalizar.

Pero esto es un paréntesis del paréntesis. A lo que voy: los jardines. Y como no quiero pensar, sólo algunas ideas. El libro: Michel Baridon, Los jardines. Paisajistas, jardineros, poetas [siglos XVIII - XX], Abada Editores, Madrid, 2008.

La idea del paso del tiempo en relación a la disposición / estética del jardín. Las sombras de Versalles -rectilíneas, perfectas- miden el paso del tiempo diario: Nos indican un día que se repite eterna, inmutablemente. Nada está fuera de su sitio, nada cambia. El tiempo pasa para repetirse una vez más. Por el contrario, en el jardín paisajista-inglés-pintoresco “el tiempo se experimenta, se siente, al observar la lenta alteración de las cosas cuando al duración pasa sobre su faz”. Con otras palabras: en estos jardines sentimos el Tiempo (así, con mayúsculas, a lo grande). Los árboles obtienen su configuración por la edad, las ruinas nos muestran la acción de las guerras, los incendios o el abandono… Es un tiempo que abarca todos los tiempos: el hoy de quien pasea, el ayer -indeterminado- de un árbol que muestra su edad. O el tiempo -geológico y misterioso- de las piedras.

Por supuesto, estos jardines se convirtieron, con facilidad, en caricaturas. Y ahí estaba Flaubert para contárnoslo. Bouvard y Peuchet deciden hacer un jardín. Entre las varias posibilidades que encuentran se deciden por el “género misterioso” y el “género terrible”.

Una tumba es fundamental:

Habían sacrificado los espárragos para construir en su lugar una tumba etrusca, es decir, un cuadrilátero de yeso negro que tenía seis pies de altura y el aspecto de una perrera. En los ángulos, cuatro pinos flanqueaban el monumento, que sería coronado por una urna y enriquecido por una inscripción.
Y una pagoda -o algo parecido- nos ofrece el elemento exótico:

En lo alto del cerro, seis árboles escuadrados sostenían un sombrero de hojalata con las puntas levantadas, queriendo representar todo ello una pagoda china.
Las piedras que nos recuerdan a la naturaleza salvaje:


Habían ido a las orillas del Orne a elegir bloques de granito, los habían roto, numerado y traído ellos mismos en una carreta, y después habían unido los trozos con cemento, acumulándolos unos sobre otros; y en medio del cesped se alzaba un peñasco parecido a una gigantesca patata.



jueves, 30 de junio de 2011

Austen: La danza y la palabra (Austen IV)
Las escenas de danza en las obras de Austen nos ofrecen, muchas veces, largas (aunque fragmentadas) conversaciones. ¿Se baila para hablar? Paradójicamente, los personajes comienzan a hablar cuando comienzan a bailar: la intimidad nace mientras suena una contradanza y las parejas se mueven y son contempladas (y juzgadas) por aquellos que no bailan. Y esa intimidad parece no existir fuera de la danza.

La danza obliga a la palabra: Es una de las reglas del baile social. Muchas veces, por supuesto, esas conversaciones no tienen un contenido intimo y trascendente. Se habla por obligación y, por tanto, hay que “completar” una serie de previsibles preguntas y respuestas, como sucede en el segundo baile de Catherine en La abadía de Northanger. Tras ser presentada a un atractivo joven, Henry Tilney, comienza el baile. Para ella es, realmente su primer baile en Bath, ya que el anterior ha sido un fracaso: no ha podido baila. El joven utiliza el humor y la ironía sobre las convenciones que rigen el baile:



Le ruego que me perdone por no haberle preguntado cuánto tiempo lleva usted en Bath, si es la primera vez que visita el balneario y si ha estado usted en los salones de baile y en el teatro. Confieso mi negligencia y le suplico que me ayude a reparar mi falta satisfaciendo mi curiosidad al respecto. Si le parece le ayudaré formulando las preguntas por orden correlativo.


Esa banalidad no impide la trascendencia de la danza, pues la conversación intrascendente no revela lo que revelan los cuerpos que se mueven: en ese lenguaje del cuerpo se encuentra la importancia de la danza como hecho social y personal: el movimiento y el contacto físico establecen la unidad de la pareja, no la conversación.

¿Por qué se habla? Quizás para ocultar lo que dicen los cuerpos: existe una tensión entre el diálogo y la relación física, entre las palabras repetidas y vacías de contenido y el contacto trascendente y peligroso. El silencio podría de manifiesto al cuerpo, revelaría que todo es una fabulación, un rito: estamos aquí para que unos cuerpos se junten a los otros, estamos aquí para buscar pareja, estamos aquí porque el baile es el contacto físico y público que nos permite la sociedad. Y la conversación camufla, disfraza esa danza. Si desde la antropología estudiáramos la relación entre danza y palabra seguramente descubriríamos que pocas veces se habla en las danzas de pareja: no se oculta la finalidad de la danza. Pero la sociedad europea del siglo XIX oculta con la palabra la trascendencia física y corporal de la danza.






lunes, 20 de junio de 2011

Un paréntesis: portadas


Dejemos descansar un poco a Jane Austen. Y demos la bienvenida a imágenes que nacen de libros y a libros que se convierten en imágenes. Porque aquí traigo dos enlaces para visitar muchas veces: son las portadas de Daniel Gil.

Durante una clase, una reflexión de una alumna sobre un libro me condujo a una paradoja: no recordaba el libro (aunque es verdad que no lo terminé), sólo recordaba una imagen del libro: la portada. Una portada de Daniel Gil.

Así que me puse a buscar. Y aquí están portadas y más portadas. Son muchas. Busco (¿por qué?) las que ya tengo, encuentro libros que he leído pero ya no tengo, encuentro libros leídos no sé dónde... Busco mis favoritas, repeticiones, sugerencias, invitaciones, interpretaciones. Un laberinto de imágenes y lecturas.


http://www.danielgil.org/


http://www.flickr.com/photos/alwayschapas/sets/72157608174037177/

sábado, 18 de junio de 2011

Todavía Austen: ¿Por qué la danza? (Austen III)

Volvemos a Mansfield Park. Y a la danza. Hay muchas escenas de danza en las novelas de Jane Austen. Pero es necesario, en primer lugar, explicar el por qué de esa presencia. Respuesta evidente: hay danza social porque la danza era el lugar y el momento para el desarrollo de las relaciones personales. Y la danza social tenía una finalidad definida: la búsqueda de una pareja. En el baile más famoso y elegante de Londres (el Almack’s) sólo se admitía a los jóvenes solteros durante dos temporadas: se consideraba tiempo suficiente para que el joven encontrara pareja. Después de ese tiempo no se permitía su acceso al baile: había demostrado su vocación hacia la soltería.

En las novelas de Austen, la danza -su tiempo, su espacio- no es, tan sólo, la obligada descripción de una práctica social. La danza es algo más: Un microcosmos, un ejemplo -a pequeña escala, descriptible y controlable- de la sociedad y de las relaciones que en ella se establecen. Un microcosmos delimitado, organizado por unas reglas estrictas que todos deben conocer. El estudio de los personajes, de sus relaciones en el baile, de su actitud, sus silencios, sus palabras, sus movimientos, sus miradas… nos ofrece -paradójicamente- el acceso a su mundo interior.

El mundo no es como un baile en el salón del balneario de Bath. Pero un baile sí es el reflejo -un espejo- del mundo y sus relaciones. Y un espacio / tiempo en el que los protagonistas deben relevar lo mejor y lo peor de sí mismos. En el baile no se pueden esconder los afectos, los odios, los miedos. En la danza los personajes se descubren a sí mismos, o descubrimos en ellos (aunque ellos no lo sepan) hacia dónde -o hacia quien- se dirigen. Los bailes tienen unas reglas. Unas reglas que sus participantes deben conocer y respetar. Su vivencia y comportamiento dentro de ese marco -estricto y reducido- nos ofrece su verdadero ser.

Austen reduce la complejidad de las relaciones sociales -inabarcables en su totalidad- a un momento controlado: cualquier movimiento dentro o fuera de las reglas impuestas tiene un significado. Tan sólo hay que saber “leer” el comportamiento de los personajes durante el baile. Esa lectura, en ocasiones, la realizan otros personajes, aquellos que no bailan. También puede dejar que el lector interprete lo que ha sucedido en la danza.

¿Qué elementos se “leen” en la danza? ¿Cómo se relacionan los diferentes “actores”: aquellos que bailan, los que miran, los que quieren bailar y no pueden, los que se niegan a bailar, los que son, tan sólo (¿tan sólo?) espectadores? ¿Por qué un momento “físico” se constituye como el centro de las relaciones sociales y personales en una cultura que rehuye el contacto de los cuerpos?

Pues para otro día.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Otra vez con Jane Austen (Austen II)
Regreso a la pregunta: ¿Qué encuentro en las novelas de Austen?

Una primera idea y una respuesta. Y una cita, de Mansfield Park. La protagonista, Fanny, regresa a su casa, de la que salió con diez años para vivir en casa de sus tíos, mucho más ricos que su familia. Vuelve con ilusión. Pero se encuentra con una madre desastrosa, un padre que bebe y apenas le dedica unas palabras después de ocho años, unos hermanos ruidosos y maleducados, una casa pequeña y siempre desorganizada… Lo que deja atrás, sin embargo, no es idílico ni maravilloso. Una tía que abdica de cualquier responsabilidad, un tío distante y autoritario, dos primas egoístas, un primo -el hermano mayor- despreocupado y que dilapida, poco a poco, la fortuna familiar, el hermano menor -de quien está enamorada- casi comprometido con una joven poco recomendable. Pero, aun así…


No podía pensar en otra cosa que en Mansfield, en sus queridos habitantes, en sus felices costumbres. Todo cuanto la rodeaba en su actual residencia estaba en contraste con aquello. La elegancia, la corrección, el orden, la armonía y quizás, sobre todo, la paz y tranquilidad de Mansfield, volvían ahora a su recuerdo a todas horas del día, ante la preponderancia de todo lo contrario en el hogar de Portsmouth.

El mundo de las novelas de Jane Austen nos ofrece algo más que un refugio -como Mansfield Park- a lo que nos rodea: un espacio para el ser. Mansfield no es el espacio de la paz y la tranquilidad. La novela, hasta ese momento, nos ha demostrado que bajo una aparente corrección y formalidad los personajes obedecen a impulsos pasionales y alejados de la razón. Pero -con Fanny en su antiguo hogar- sentimos nostalgia de la gran casa familiar.

En Mansfield jamás se oían ruidos de contienda, ni voces levantadas, ni estallidos abruptos ni violentas amenazas; todo seguía un curso regular dentro de un orden placentero; a cada cual se le reconocía la importancia debida, se tenían en consideración los sentimientos de cada uno.

Mansfield no es, tan sólo, silencio y tranquilidad. Ofrece unas reglas, unas formas que -respetadas- permiten que cada habitante desarrolle su propio ser, pueda comprenderse a sí mismo y a los demás. Escuchar y ser escuchado. Comprender y ser comprendido. No es un espacio utópico (o terrorífico) en el que los sentimientos queden ocultos y las pasiones dominadas por la buena educación. No. Las reglas son el marco en el que se puede llegar, auténticamente, a ser. Los habitantes de Mansfield, sin embargo, no han respetado esas reglas, porque no han comprendido su auténtico significado, su por qué, su trascendencia. Y ese olvido -o rechazo- les ha llevado al fracaso vital.

Vale, vuelvo a la realidad y hago un resumen: me gusta Austen porque propone mundos / universos / casas / jardines / ciudades en los que impera el orden. Y ese orden ofrece el espacio para que los personajes lleguen a ser lo que son. Se comprendan. A sí mismos y a quienes habitan el cuarto contiguo.

Y en estos días de ruido, de personas que corren, de gritos, siento -como Fanny- nostalgia de un inexistente Mansfield Park: Un Mansfield Park de la mente.



miércoles, 11 de mayo de 2011



Jane Austen en el siglo XXI (Austen I)

Llevo tiempo sin aparecer por aquí. Pero ha terminado un ciclo y son necesarias unas reflexiones: como me cuesta entrar en la modernidad, este verano (¡qué lejos!) empecé -por obligación y casualidad- a leer Persuasión, de Austen. Y luego Orgullo y prejuicio. Y luego Emma. Y en estas escasas vacaciones de Semana Santa terminé Mansfield Park y La abadía de Northanger. Queda por ahí Sentido y sensibilidad pero, hasta que llegue el verano, me conformo con la película.

Confieso públicamente mis preferencias literarias y me disculpo por ellas: están, ciertamente, un poco alejadas de la actualidad. Y no sé si de la realidad. Como disculpa, están por aquí Vida y destino y varias cosas de Nicholson Baker. Y, como insistencia en el error, he vivido una semana con Anna Karenina, una inmersión radical en el siglo XIX.

Aquí está la primera pregunta: ¿por qué el siglo XIX? Austen, Stendhal, siempre Flaubert, Balzac… esta pregunta -general-, para otro día. Hoy me quedo sólo con Austen: ¿cómo se transformó el azar y la obligación en (casi) pasión? ¿qué he encontrado en estas novelas?

Y otra confesión: el azar fue una película (Sentido y sensibilidad, claro); la obligación, una asignatura que debía preparar y la búsqueda de escenas relacionadas con la danza. Debo reconocer que no es muy académico llegar a un libro después de la película: pero soy un pecador arrepentido, y mi penitencia (gozosa) ha consistido en leer cientos de páginas. Eso sí: ahora me esperan varias series y más películas.

Demasiados paréntesis. Regreso a la pregunta, y la repito para mí mismo y para los que se acaban de incorporar: ¿Qué encuentro en las novelas de Austen?

…La respuesta para otro día. Y para haya algo más interesante que estos párrafos, aquí está una escena de Emma, en la que los protagonistas bailan…

http://www.youtube.com/watch?v=ABuRxk5Gw9I&feature=related