viernes, 16 de octubre de 2009

Madame Bovary visita Burgos


Si algunos que yo conozco aparecieran alguna vez por aquí para escribir, quizás sería una buena idea reflexionar acerca de la relación de nuestras lecturas con lugares, con personas, con momentos. Viene esta idea por culpa de Madame Bovary. Para mí el comienzo de su lectura está unida a una largo día en un cuartel de Burgos. Hago una guardia, sentado ante una mesa, en el cuartel que ocupa ¿mi compañía? ¿mi unidad? ¿un conjunto heterogéneo de jóvenes despistados?: ahí están soldados que suben por las escaleras después de comer, voces que se pierden, el silencio, algún oficial que me sorprende en la lectura, otra vez el silencio. Leo. Y me veo –desde el hoy- leyendo Madame Bovary en una edición de los años setenta que encontré por mi casa.

Pero sentía que nada de aquello tenía –en ese momento- ninguna importancia. Sólo la tenían Emma, Rodolfo, la pasión, el dinero... La paradoja es que esos elementos externos al libro: el segundo piso del cuartel, la guardia, los soldados que bajan y suben, un sargento, existen ahora –puedo recordarlos- gracias al libro.

Han pasado unos días: La muerte de Emma, la muerte de Bovary, el triunfo del farmacéutico me llevan una oficina solitaria, mientras mis compañeros desfilan y yo leo.

Emma me sacó de Burgos, ahora –veo esa edición- acerca ese tiempo, extraño y absurdo, al presente.

sábado, 10 de octubre de 2009

Una amiga de Andrea

Como no os animáis a contar vuestras experiencias lectoras, y como no se me ocurre nada, aquí os dejo una foto de Andrea con su amiga Torcuata.






Es verdad que Andrea, en casa de mi abuela, tenía la compañía de otra tortuga -“La chunga”- más real que Torcuata. Pero bueno, esta tiene luces y sonidos. Aunque años después descubrimos que "La chunga" era un tortugo. Y que había algo más que amistad entre ellas.

Su relación tuvo un final: "La chunga" se escapó.

jueves, 8 de octubre de 2009

Madame Bovary

Pues sí, recuperemos las lecturas de un año –un curso- que se ha ido. Obligaciones de la profesión me llevaron a recordar Madame Bovary. Debo reconocer que la aparición del libro en clase no estaba del todo preparada: Copio aquí los primeros párrafos de Cómo hablar de los libros que no se han leído:


Dado que imparto clases de literatura en la universidad, me es imposible escapar a la obligación de comentar libros que en la mayoría de las veces ni siquiera he abierto. Es verdad que ése es también el caso de gran parte de los estudiantes que me escuchan, pero bastaría con que uno solo de ellos hubiera tenido la ocasión de leer el libro del que hablo para que mi curso se viera afectado por ello y estuviera expuesto en todo momento a padecer una situación embarazosa.


Por fortuna, sí he leído Madame Bovary, aunque en ese momento (aparición de la obra en clase, preguntas de los alumnos) tuve que echar mano de la memoria, siempre traicionera. Al llegar a casa abrí rápidamente el libro: como tantas otras veces, me atrapa y no puedo dejar de leer.

Pero ahora Madame Bovary me lleva a reflexiones que van más allá del libro: ¿Cuándo y por qué leí Madame Bovary? Me hago la pregunta tras haber rogado, implorado a mis alumnos que algún día –no “entra” en el examen- lean el libro. Y pienso en si alguien lo leerá. No lo sé. La reflexión me lleva a por qué leí yo esta novela: por obligación, dentro de una asignatura en la que el siglo XIX –y la novela que yo calificaba como “realista”- tenían el protagonismo absoluto. Y mi rechazo también absoluto .

Y como lo de decir que no se leen los libros está bien para un ensayo, pero no tan bien cuando uno es estudiante, pues lo leí. Es inevitable recordar dónde: en un cuartel de Burgos, algo que todavía no consigo explicarme – no consigo explicarme qué hacía yo allí ni cómo conseguí leer. Pero cada vez que pienso en esos días recuerdo la capacidad de la literatura para crear mundos que interfieren en los acontecimientos cotidianos, que se cruzan con nuestra realidad, que nos obligan a contemplar aquello que nos rodea o aquello que está dentro de nosotros.

Mi prevención hacia la novela del siglo XIX (no sé si hacia la novela en general –antes de leer Madame Bovary) se encuentra en la sensación de que hay demasiadas frases, demasiadas palabras, imágenes prescindibles. En Madame Bovary, no. Todo encaja, todo cobra sentido. En la vida, en la posible realidad, lo que nos rodea carece de sentido: el sentido es nuestra interpretación. Llueve, escribo en el ordenador, llaman por teléfono, miro por la ventana, sigue lloviendo... Son acontecimientos a los que puedo crear un por qué, aunque estén más allá de mí. Pero mi interpretación de esos hechos -como conjunto que crea un significado- no será más que un juego. Una distracción. Un deseo de sentido.

Vuelvo a Madame Bovary.

Aquí está lo que me atrae de Madame Bovary: Su exceso de sentido, de construcción, de pensamiento. El mundo se vuelve interpretable, legible. Por supuesto: eso es el estilo.