viernes, 22 de octubre de 2010

"Lo que me queda por vivir" - Elvira Lindo

Empecemos por el principio. ¿Por qué me compro el libro? Pues porque me gustan los artículos que publica cada domingo en El País y algunos, como "Mujeres desnudas", que dedicó al vestuario del gimnasio al que va, me recuerdan, además, lo que debe ser escribir : no sólo cómo se hace, sino, más importante, el efecto que provoca algo bien escrito. Todavía andan por mi cabeza esas mujeres negras de culos prietos y crema en la piel.

"Hay otra negra en el espejo contiguo, tiene una toalla enrollada en el pelo como si fuera un turbante, no sé si es consciente de que es una diosa, pero se comporta com tal. Se pinta los labios de rojo y sonríe al espejo para limpiarse el carmín que le ha manchado en los dientes. Tiene cuarenta y tantos, es michelleobamesca : posee una fortaleza que le permitiría hacer cualquier trabajo manual sin perder su majestad"

Me compro el libro, pues, como el que acude al cine a ver la película de una serie. Ese salto a la gran pantalla que en literatura se convierte en el desarrollo de una historia en más de doscientas cincuenta páginas, con faja promocional y entrevistas en los periódicos. No es el primer libro que publica, pero sí el primero que me compro de ella. He explicado por qué he comprado éste porque es más fácil que intentar saber por qué he dejado pasar los anteriores.

Además de comprarlo, me lo leo. En la cama, en el baño, en el sofá. En cualquier sitio en el que haya un poco de silencio y donde no me distraiga un niño o una niña de seis años pidiéndome una hoja para dibujar. Y más tarde un lápiz azul. Y después una goma de borrar. Tardo un poco en entrar en la historia, como cuando uno se asoma a un restaurante vacío con el temor de que no hayan abierto todavía, pero poco a poco voy siguiendo su ritmo y empezamos a correr a la misma velocidad, como el que sale a entrenar y se lleva a su perro. En este momento el libro es el corredor y yo soy el perro.

La novela es la narración que una mujer hace de una época de su vida en la que estaba más desorientada que un ganadero en la subasta de una lonja de pescado. La protagonista, la menor de cinco hermanos, dedica unos veinte años de su vida y doscientas sesenta y siete páginas a intentar que le guste lo que no le gusta. Se esfuerza por integrarse en el pueblo de sus tías, por ver el mundo con la mirada comunista de sus compañeros, por querer al hombre con el que se casa muy joven y que acaba abandonándola por su mejor amiga y hasta por encajar en la imagen que sus padres se hacen de ella. El elefante del circo, por resumirlo, disfruta de más libertad que esta mujer.

Lo que no tiene el elefante del circo es un hijo de cuatro años con el que compartir esa vida de balsa de playa en medio de la tormenta. Viendo los antecedentes, lo lógico sería imaginarse al chico con menos futuro que un móvil sin batería, pero lo cierto es que, no se sabe cómo, se convierte en el poste en el que todos atan su caballo. El bueno de Gabi, que así se llama, mantiene todo unido con su cuidada estrategia de reparto de cariño. Dicho así, la frase se me queda blanda y dulce, como una torrija, pero en el libro las cosas son distintas. Elvira Lindo sabe contar muy bien ese continuo esfuerzo del hijo por equilibrarlo todo utilizando miradas, caricias, silencios o, a veces, por estar simplemente ahí.

Decía antes que arranqué con el libro como el perro y así me sentí hasta, más o menos, la mitad del libro (si el libro pesa 350 gramos, pongamos que cuando llevaba 190). Las páginas, que antes pasaba sin problemas, pesaban cada vez más por culpa de la madre veinteañera de pelo rojo. Se encontraba el libro en ese momento en el que halterófilo (o narrador, para los que no lo vayan a consultar en el diccionario) tiene que hacer el esfuerzo final para levantar las pesas que tiene a la altura del pecho. Inspira, tensa los músculos y grita. A pesar el intento, el libro se me cayó al suelo.

Y es que llegó un punto en el que me cansé de la protagonista, que sus quejas me dejaban frío, como esos carteles que anuncian conciertos que ya han pasado. La mujer sabe qué es lo que no quiere, pero le llevaría bastantes libros, al ritmo que va, descubrir qué es lo que desea. Parece que la propia Elvira Lindo hubiera tenido es impresión y que hubiera acabado perdiendo la paciencia con su personajes, como la madre que lleva media hora esperando que el niño elija un juguete, comiéndose una parte importante de su vida y presentándola años más tarde. Como contar la vida de Jesús con un dibujo del camello de Baltasar y una foto de un Papa (cualquiera).

Mi impresión, tan personal y reprobable como mi admiración por Guti, es que parece que su giuardián de la literatura le hubiera pasado la mano por la cabeza para decirle, como al niño que nos trae unas piedras bonitas de la playa, "cómo brillan, a ver si hacemos algo con ellas". Y el problema es que Elvia Lindo se dedica a construir ese algo con unos materiales que ya están muy bien. Si el tomate sabe a tomate, no lo pongas como guarnición de un plato con un fondo tan triste, que tampoco se entiende cómo una narradora que se gana la vida escribiendo guiones de humor no te provoque una sola sonrisa en toda la novela (como quería reírme, dejé la lectura una noche y me puse a comparar artículos con teorías opuestas acerca de la utilidad o no de reducir el déficit como forma de estimular la economía. Qué risa, ya digo)

Sigo con la imagen culinaria aprovechando el tomate que no he utilizado en el párrafo anterior : esta novela es como esas bandejas en las que te servían la comida en la mili. Cada escena tiene fuerza, pero son idependientes, y la unión de todas ellas no son más que la suma de las partes, como ocurre con la bandeja, donde la acumulación de platos no hace comida. Lo que hay aquí es una colección de momentos que funcionan como cuentos y, como defensor de los cuentos, me molesta que se les tenga que poner plantillas en los zapatos para que parezcan más altos. Si la sombra del complejo es demasiado alargada, conviene juntarse con Chejov y compañía para hacer piña, para enfrentarse al mundo y para decirle a ese guardián de la literatura que no toque tus piedras o le abres la cabeza. Con el guardián de la literatura hay que ser muy duro, sobre todo cuando uno lo lleva dentro.

"Pero ese futuro, que yo deseaba tanto como temía, es este presente de ahora en el que todo aquello me vuelve sin que pueda controlarlo, en sueños o de manera consciente, como una marea empeñada en dejar a mis pies unos cuantos recuerdos desordenados" (página 37)

Pues déjalos desordenados, mujer, y les pones un título y te saco a hombros por la puerta del salón. No hace falta pegar los cromos en el álbum y completar la colección. Aquí va una idea :

-El canario / La noche en el cine / Mañana de sábado / La amante / Cita en el médico...

Todas ellas con el niño como nexo. Tendría un buen efecto literario y terapéutico. Nos enseñaría a los que tenemos hijos de la edad de Gabi a descubrir y apreciar esas mismas escenas que pasan ahora. La dicotomía entre vivir y escribir es mentira. Se trata de juntar las dos cosas y de ir leyendo la realidad, el Nirvana de todo este invento.

Y, si queda alguna duda, ahí está "La caja de cerillas", de Nicholson Baker. En el fondo, esta crítica del libro de Elvira Lindo es el papel que envuelve ese libro de Baker. Y ya se sabe qué hace uno con ese papel.