lunes, 11 de julio de 2011

Paréntesis: Los jardines

Con frecuencia (excesiva) busco conexiones entre diferentes artes. No estaría mal preguntarse por qué. A veces creo -al tomar como punto de partida la música- que siento en los sonidos una excesiva indeterminación, una ausencia peligrosa de contenido. Como si el recurso a la pintura o a la poesía pudiera dotar a la música de su “verdadero” contenido. Un significado que explicar -a alguien- pero, en el fondo, un significado para que yo pueda entender algo. Quizás sea verdad: ante un cuadro, una poesía (o un jardín, que es el tema de estos párrafos ) tengo sentido y palabras. Ante la música, muchas veces, sólo tengo sensaciones, emociones difíciles de verbalizar.

Pero esto es un paréntesis del paréntesis. A lo que voy: los jardines. Y como no quiero pensar, sólo algunas ideas. El libro: Michel Baridon, Los jardines. Paisajistas, jardineros, poetas [siglos XVIII - XX], Abada Editores, Madrid, 2008.

La idea del paso del tiempo en relación a la disposición / estética del jardín. Las sombras de Versalles -rectilíneas, perfectas- miden el paso del tiempo diario: Nos indican un día que se repite eterna, inmutablemente. Nada está fuera de su sitio, nada cambia. El tiempo pasa para repetirse una vez más. Por el contrario, en el jardín paisajista-inglés-pintoresco “el tiempo se experimenta, se siente, al observar la lenta alteración de las cosas cuando al duración pasa sobre su faz”. Con otras palabras: en estos jardines sentimos el Tiempo (así, con mayúsculas, a lo grande). Los árboles obtienen su configuración por la edad, las ruinas nos muestran la acción de las guerras, los incendios o el abandono… Es un tiempo que abarca todos los tiempos: el hoy de quien pasea, el ayer -indeterminado- de un árbol que muestra su edad. O el tiempo -geológico y misterioso- de las piedras.

Por supuesto, estos jardines se convirtieron, con facilidad, en caricaturas. Y ahí estaba Flaubert para contárnoslo. Bouvard y Peuchet deciden hacer un jardín. Entre las varias posibilidades que encuentran se deciden por el “género misterioso” y el “género terrible”.

Una tumba es fundamental:

Habían sacrificado los espárragos para construir en su lugar una tumba etrusca, es decir, un cuadrilátero de yeso negro que tenía seis pies de altura y el aspecto de una perrera. En los ángulos, cuatro pinos flanqueaban el monumento, que sería coronado por una urna y enriquecido por una inscripción.
Y una pagoda -o algo parecido- nos ofrece el elemento exótico:

En lo alto del cerro, seis árboles escuadrados sostenían un sombrero de hojalata con las puntas levantadas, queriendo representar todo ello una pagoda china.
Las piedras que nos recuerdan a la naturaleza salvaje:


Habían ido a las orillas del Orne a elegir bloques de granito, los habían roto, numerado y traído ellos mismos en una carreta, y después habían unido los trozos con cemento, acumulándolos unos sobre otros; y en medio del cesped se alzaba un peñasco parecido a una gigantesca patata.



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