lunes, 3 de octubre de 2011

Y aquí sigue: Marianne Moore

Se resiste a irse, Marianne Moore. Las clases y el otoño ya están aquí, pero sus poemas buscan un momento. Dan vueltas y más vueltas en mi cabeza mientras intento hacer algo de provecho.


Permanecen ahí no por su capacidad de generar ideas o despertar emociones, sino por su propia calidad visual. Es decir: son imágenes que quedan en nosotros, imágenes complejas, exactas, detalladas. Y misteriosas. El esfuerzo de su comprensión tiene como resultado que nos acompañen durante semanas, meses o años. Son palabras que trascienden: pero su trascendencia no es metafísica o sentimental (en un primer momento) sino física. Sus poemas se imponen como imágenes, como objetos que están ahí y que contemplamos desde diferentes perspectivas. Están ahí: y los llevamos con nosotros. No son metáforas atrevidas, asociaciones sorprendente. Son “cosas” convertidas en palabras. Y esa conversión genera otra “cosa”, el poema. Y aquí uno de ellos. Un pueblo -¿un cuadro?-, algunos de sus habitantes, flores, animales...

EL CAMPANERO

Durero habría encontrado una razón para vivir
en una ciudad así, con ocho ballenas varadas
que mirar, con la suave brisa entrando en casa
un día claro desde el aguafuerte de un mar
con olas tan reglares como las escamas
de un pez.

Una a una, dos a dos, tres a tres, las gaviotas sostienen
su vuelo adelante y atrás sobre el reloj de la ciudad,
o planean alrededor del faro sin mover las alas –
alzándose firmes con un ligero
temblor en el cuerpo – o se reúnen
graznando sobre

un mar púrpura cuello de pavo
que empalidece en un azul verdoso como
el azul pavo y gris topo que Durero prefirió
al verde pino del Tirol. Se ve una langosta
de veinticinco libras; y las redes tendidas
a secar. El

torbellino pífano y tambor de la tormenta inclina
la hierba salina, agita estrellas en el cielo y la
estrella del campanario; es un privilegio ver tanta
confusión. Encubiertos por lo
aparentemente adverso, las flores
de la ribera y

los árboles, favorecidos por la niebla, ponen
el trópico a nuestro alcance: el jazmín-trompeta,
la digital, el dragón gigante, la salpiglosis con
lunares y rayas; dondiegos, calabazas
o campanillas emparradas sobre sedal de pescador
en la puerta trasera;

espadañas, gladiolos, arándanos y trasdescantía,
cintas, líquenes, girasoles, ásteres, margaritas
- harapientos marinos de amarillo y pinzas de cangrejo con verdes brácteas-
hongos, petunias, helechos; lirios rosados, azules,
trigidias, amapolas; negros guisantes de olor.
El clima

no es bueno para el baniano, el franchipán o
la nanjea, ni para la vida de una serpiente
exótica. Lagarto y piel de culebra para zapatos, si te va;
pero aquí tienen gatos, no cobras, para
oprimir a las ratas. El tímido
tritoncito

tildado con pinchos blancos en su lomo de rayas negras
vive aquí; no existe nada que la
ambición pueda comprar o llevarse. El estudiante
llamado Ambrose se sienta en la ladera
con sus libros y sombrero extranjeros
y ve los barcos

blancos y rígidos avanzar por el mar como
en un surco. Amante de la distinción que
no nace de la jactancia, conoce de memoria el antiguo
cenador en forma de azucarero con
tablillas entrelazadas y la inexacta
inclinación de la torre

de la iglesia, desde la que un hombre de rojo deja
caer una cuerda como una araña teje su hilo;
parece salido de una novela, pero en la acera
un letrero blanco y negro dice
C. J. Poole, Campanero, y otro rojo
y blanco advierte

Peligro. El pórtico de la iglesia tiene cuatro columnas
acanaladas, cada una de un solo bloque de piedra, al que
el encalado da un aire sencillo. Sería un refugio adecuado
para golfillos, niños, animales, prisioneros
y presidentes que recompensaron a
senadores

corruptos no pensando en ellos. El
lugar tiene una escuela, una oficina de correos
en un almacén, pescaderías, gallineros y una goleta
con tres mástiles en
los muelles. El héroe, el estudiante,
el campanero, cada uno a su modo,
tiene su sitio aquí.

No pudo ser peligroso vivir
en una ciudad así, de gente sencilla,
con su campanero que coloca señales de peligro junto a la iglesia
mientras dora la sólida
estrella puntiaguda que sobre una torre
simboliza la esperanza.